Si hay una sopa clásica en este mundo es la sopa de cebolla, símbolo de la cocina francesa. Ya comienzan los días fríos, cortos, el otoño, el cambio del color de las hojas, las lluvias y el llegar a casa entumecido. Un buen tazón de esta maravillosa sopa, coronado con queso gruyere, es el remedio a todos los males, ¿no crees?. A nosotras nos recuerda una de esas asombrosas casualidades de la vida. Un día de octubre, hace unos años, nos encontramos las dos, de manera totalmente fortuita, en medio del barrio parisino de Montmartre. La cara de asombro que se nos puso debió de ser épica. El encuentro, cómo no, lo celebramos en un pequeño bistro de la zona con una buena sopa de cebolla y una copa de vino. Puedes disfrutar de esta sopa en cualquier brasserie o casa particular a lo largo y ancho del país.
Es una sopa de estación. El otoño y el invierno son cuándo las cebollas están en su mejor momento y al ser un plato contundente ayuda a sobrellevar perfectamente la temperatura fría del ambiente. La mezcla de carne, alcohol y queso hacen que sea un plato elegante de manera que se pueda ofrecer a invitados, pero tan sencillo que te lo puedas hacer un día para darte un homenaje.

Hay, como en cualquier receta, que buscar los ingredientes con mimo y cuidado. Las cebollas que sean las amarillas o las blancas, que aportan el dulzor y la acidez que necesita este plato. Si tienes tiempo, déjalas que se vayan dorando poco a poco, caramelizando y sacando todo su aroma. En cuanto al caldo, hay varias opciones. Nosotras hoy nos hemos decantado por la vegetariana, con un estupendo caldo de verduras, pero si buscas algo más contundente, el caldo de carne da un sabor rico en matices.
¡Es verdad! Aquello sí que fue una casualidad. Menuda cara se nos quedó. ¡Qué risas! Aún hoy cuando sale el tema de conversación entre amigos sobre casualidades y lo cuento me parece increíble. Bueno y la sopa buenísima claro, perfecta para un día de frío y lluvia.